- Hola, Caillou. Parece que solo estaremos nosotros dos para el cuento.
- ¡Hola!
- No voy a estar sola después de todo. El cuento de hoy se llama “Caillou se pone enfermo”.
Caillou no se encontraba bien esa mañana. Su frente ardía.
- Creo que tienes un poco de fiebre. Te traeré algo que te aliviará. Mientras tanto duerme.
- Al poco rato Caillou pensó que no era divertido estar en la cama.
- ¡Ah, Caillou, vuelve a la cama!
- No quiero estar en la cama, mami.
- Toma, esto te hará sentir mejor.
- Al día siguiente algo extraño había sucedido.
- ¿Mama?
- Hola, ¿te sientes mejor?
- ¡Mira!
- Mmm, eso parece la varicela.
- ¿La varicela?
- Me temo que tendrás que volver a la cama, jovencito. Y sobre todo no debes rascarte.
- ¿Por qué?
- Porque esos granos se harían más grandes, cariño.
- No te rasques, Caillou. El baño está listo. No estarás enfermo mucho tiempo. Ya verás.
Lo más difícil para Caillou era recordar que no debía rascarse los granos.
- Ejem. ¿Estás rascándote otra vez?
- Solo un poquito. ¿Qué es eso?
- Una cosita. Déjame tu dinosaurio un momento.
- Se parece a mí. Yo también quiero hacerlo.
Cuando Caillou y su mamá terminaron de cubrir al dinosaurio con puntitos parecía que este tuviera la varicela.
A Caillou no le gustaba estar todo el día en casa. Quería salir al jardín a jugar con Rosie.
- Mira mamá: muchos de los granos ya se han ido. ¿Puedo ir a salir a jugar?
- Todavía no, cielo. ¿Estás listo para el baño?
- Vale. ¿Puede bañarse conmigo el dinosaurio?
- Puede mirarte, pero no meterse en el agua contigo.
Caillou creía que los granos no se irían nunca, pero una mañana casi habían desaparecido.
- Hola, Caillou. Eh, el dinosaurio ha perdido muchos granos.
- Igual que yo.
- ¿De veras? Déjame ver.
- Adiós.
Caillou fue a decirle a Rosie que ya podían jugar en el jardín.
- Hola, Rosie. Mira: ya no tengo granos. ¡Oh! ¡Mamá!
- ¿Qué ocurre?
- Rosie tiene la varicela.
- Tienes razón.
- Tendrás que bañarse muchas veces y se te irán todos los granos, como al dinosaurio. ¡Bien!