Hola, Caillou. Parece que solo estaremos nosotros dos para el cuento.
¡Sorpresa!
¡Oh, bien!. No voy a estar sola después de todo.
El cuento de hoy se llama "Caillou se pone enfermo".
... Caillou no se encontraba bien esa mañana. Su frente ardía.
-Creo que tienes un poco de fiebre. Te daré algo que te aliviará. Mientras tanto, duerme.
Al poco rato Caillou pensó que no era divertido estar en la cama.
-Caillou, vuelve a la cama.
-No quiero estar en la cama, mami.
-Toma, esto te hará sentir mejor.
Al día siguiente algo extraño había sucedido.
-Mamá...
-¿Te sientes mejor?
-Mira
-Hmmm, eso parece la varicela.
-¿La varicela?
-Me temo que tendrás que volver a la cama, jovencito. Y, sobre todo, no debes rascarte.
-¿Por qué?
-Porque esos granos se harían más grandes, cariño.
-Ahah
-No te rasque, Caillou. El baño está listo. No estarás enfermo mucho tiempo. Ya verás.
Lo más difícil para Caillou era recordar que no debía rascarse los granos.
-Mm mm. Mm mm ¿Estás rascándote otra vez?
-Solo un poquito
-¿Qué es eso?
-Una cosita. Déjame tu dinosaurio un momento.
-Se parece a mi. Yo también quiero hacerlo.
Cuando Caillou y su mamá terminaron de cubrir al dinosaurio con puntitos parecía que este tuviera la varicela.
A Caillou no le gustaba estar todo el día en casa. Quería salir al jardín a jugar con Rosi.
-Mira, mamá. Muchos de los granitos se han ido.
-¿Puedo salir a jugar?
-Todavía no, cielo. ¿Estás listo para el baño?
-Vale. ¿Puede bañarse conmigo el dinosaurio?
-Puede mirarte, pero no meterse en la cama contigo.
Caillou creía que los granos no se irían nunca, pero una mañana casi habían desaparecido.
-Ag, ag.
-Hola, Caillou. Oye, el dinosaurio ha perdido muchos granos.
-Igual que yo.
-¿De veras? Déjame ver.
-Adiós.
Caillou fue a decirle a Rosi que ya podían jugar en el jardín.
-Hola, Rosi. Mira, ya no tengo granos. Oh, mamáaaa.
-¿Qué ocurre?
-Rosi tiene la varicela.
-Tienes razón.
-Tendrás que bañarte muchas veces, y se te irán todos los granos, como al dinosaurio.
-¡Bien!