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vankrot
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En el ballenero Bedford viajaban varios miembros de una expedición científica. Desde la cubierta vieron que algo extraño se deslizaba por la playa en dirección al mar. Como hombres de ciencia, se creyeron en el deber de identificar aquello, y al no poder hacerlo desde donde estaban, bajaron a la barca amarrada al costado del ballenero y se trasladaron a tierra. Entonces pudieron ver que aquello era un hombre, aunque apenas podía llamarse así, y que aún vivía. Ciego e inconsciente reptaba por el suelo como un gusano monstruoso. Sus esfuerzos eran poco menos que inútiles; apenas podía avanzar seis metros en una hora; pero él seguía serpenteando, retorciéndose...
Tres semanas después, el viajero está echado en una litera del ballenero Bedford. Mientras las lágrimas corrían por su demacrado rostro, decía quién era y explicaba lo que había sufrido. También habló, con palabra incoherente, de su madre, de la so leada California, de una casa rodeada de naranjos y flores.
Días después ya podía sentarse a la mesa con los oficiales del buque y los sabios de la expedición. Contemplaba embelesado el espectáculo de la abundancia de comida y observaba ansiosamente cómo los alimentos desaparecían en las bocas de los comensales. Cada bocado de sus salvadores despertaba en él una angustia que se reflejaba en sus ojos. Estaba completamente cuerdo, pero a la hora de comer odiaba a todo el mundo, obsesionado por el temor de que las provisiones se acabasen. Siempre estaba molestando al cocinero, al camarero y al capitán con preguntas acerca de las reservas de víveres. Éstos le tranquilizaban, pero él no los creía y se iba a rondar por el pañol de las provisiones para comprobarlo por sus propios ojos.
Todos advirtieron que aquel hombre engordaba. De día en día aumentaba la redondez de su cuerpo. Los sabios le observaban, movían la cabeza y exponían una teoría tras otra.
Se racionó su alimentación, pero el perímetro de su cintura siguió aumentando bajo su camisa.
Los marineros sonreían, pues estaban en el secreto. Y los sabios montaron un servicio de vigilancia que dio el resultado apetecido. Vieron que el viajero, después del desayuno, se deslizaba furtivamente por la embarcación, llegaba a la proa y allí tendía la mano como un pordiosero al primer marinero que veía. Éste sonreía y le daba un trozo de galleta. Él se apoderaba de ella con un gesto de codicia, la miraba como un pobre miraría una moneda de oro y se la guardaba debajo de la camisa. Luego se dirigía a otros marineros, que le sonreían también y le daban trozos de galleta.
Los hombres de ciencia mostraron la mayor discreción y nada le dijeron. Pero un día examinaron sigilosamente su litera y vieron que era un depósito de trozos de galleta. No había rincón ni intersticio que no contuviera uno de estos fragmentos. Sin embargo, aquel hombre estaba en su sano juicio. Si procedía así, era porque le dominaba el temor de pasar hambre de nuevo.
Los sabios aseguraron que se curaría de esta obsesión, y así fue: se curó incluso antes de que el ballenero echase el ancla en la bahía de San Francisco.

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  • love of life ( recorded by Josarter ), Español

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    En el ballenero Bedford viajaban varios miembros de una expedición científica. Desde la cubierta vieron que algo extraño se deslizaba por la playa en dirección al mar. Como hombres de ciencia, se creyeron en el deber de identificar aquello, y al no poder hacerlo desde donde estaban, bajaron a la barca amarrada al costado del ballenero y se trasladaron a tierra. Entonces pudieron ver que aquello era un hombre, aunque apenas podía llamarse así, y que aún vivía. Ciego e inconsciente reptaba por el suelo como un gusano monstruoso. Sus esfuerzos eran poco menos que inútiles; apenas podía avanzar seis metros en una hora; pero él seguía serpenteando, retorciéndose...
    Tres semanas después, el viajero está echado en una litera del ballenero Bedford. Mientras las lágrimas corrían por su demacrado rostro, decía quién era y explicaba lo que había sufrido. También habló, con palabra incoherente, de su madre, de la so leada California, de una casa rodeada de naranjos y flores.
    Días después ya podía sentarse a la mesa con los oficiales del buque y los sabios de la expedición. Contemplaba embelesado el espectáculo de la abundancia de comida y observaba ansiosamente cómo los alimentos desaparecían en las bocas de los comensales. Cada bocado de sus salvadores despertaba en él una angustia que se reflejaba en sus ojos. Estaba completamente cuerdo, pero a la hora de comer odiaba a todo el mundo, obsesionado por el temor de que las provisiones se acabasen. Siempre estaba molestando al cocinero, al camarero y al capitán con preguntas acerca de las reservas de víveres. Éstos le tranquilizaban, pero él no los creía y se iba a rondar por el pañol de las provisiones para comprobarlo por sus propios ojos.
    Todos advirtieron que aquel hombre engordaba. De día en día aumentaba la redondez de su cuerpo. Los sabios le observaban, movían la cabeza y exponían una teoría tras otra.
    Se racionó su alimentación, pero el perímetro de su cintura siguió aumentando bajo su camisa.
    Los marineros sonreían, pues estaban en el secreto. Y los sabios montaron un servicio de vigilancia que dio el resultado apetecido. Vieron que el viajero, después del desayuno, se deslizaba furtivamente por la embarcación, llegaba a la proa y allí tendía la mano como un pordiosero al primer marinero que veía. Éste sonreía y le daba un trozo de galleta. Él se apoderaba de ella con un gesto de codicia, la miraba como un pobre miraría una moneda de oro y se la guardaba debajo de la camisa. Luego se dirigía a otros marineros, que le sonreían también y le daban trozos de galleta.
    Los hombres de ciencia mostraron la mayor discreción y nada le dijeron. Pero un día examinaron sigilosamente su litera y vieron que era un depósito de trozos de galleta. No había rincón ni intersticio que no contuviera uno de estos fragmentos. Sin embargo, aquel hombre estaba en su sano juicio. Si procedía así, era porque le dominaba el temor de pasar hambre de nuevo.
    Los sabios aseguraron que se curaría de esta obsesión, y así fue: se curó incluso antes de que el ballenero echase el ancla en la bahía de San Francisco.

  • love of life ( recorded by Pasokon ), Midwestern American English, Neutral Spanish

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