Hace muchos años vivía una liebre muy fanfarrona, que siempre estaba recordando a todo el mundo lo veloz que podía ser. Era tan orgullosa que día tras día machacaba a la pobre tortuga por su lentitud.
Cansada de sus burlas, la tortuga le dijo un día:
-Si estás tan segura de tu superioridad, ¿por qué no echamos una carrera para comprobarlo?
- ¿Una carrera? Te ganaría con los ojos cerrados y a la pata coja. Si te hace ilusión perder, no veo ningún inconveniente.
-Perfecto, correremos hasta la última roca del camino y, al terminar, seguro que no te quedan tantas ganas de reír.
Poco después de esta conversación, y cuando todos los animales de los alrededores se hubieron enterado de tan singular reto, comenzaron a disponer todo para la carrera. Cuando todo estuvo listo, se dio la salida a ambas corredoras.
Confiada al 100% en sus posibilidades, la liebre dejó a la tortuga que tomara una gran distancia, mientras ella vagueaba por los alrededores. Cansada de esperar, se puso a correr y llegó en un tiempo record a la altura de la tortuga.
Viendo que iba a ser todo muy fácil, se volvió a detener para tomar un poco de aliento y dejar que la tortuga prosiguiera su lento caminar. Recuperada totalmente, volvió a arrancar y adelantó de nuevo a la tortuga rápidamente.
Y así fue pasando toda la carrera, hasta que en la última parada de la confiada liebre, la tortuga se hizo con la suficiente ventaja para ganar la carrera.
Moraleja: Jamás te rías de los demás, ni dejes que el exceso de confianza te lleve a caer en la desidia.