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Spanish Audio Request

dfranks
396 Words / 1 Recordings / 0 Comments

UNA CAMBIO DE SUERTE. Una mañana, como siempre, el pequeño Tom Canty se despertó, se puso sus harapos y salió a mendigar.
¡Nunca imaginó que aquel día su suerte cambiaría para siempre! Sumido en sus fantasías, cruzó la ciudad y caminó hasta uno de los sectores más ricos de Londres.
Seducido por los grandes edificios, los palacios de los nobles y los hermosos parques, caminó hasta llegar a un majestuoso palacio que se alzaba más allá de Westminster.
¡Aquello parecía el palacio de un rey! En la entrada del imponente edificio, custodiando las doradas rejas, había varios guardias que parecían estatuas.
Estaban de pie, cubiertos con relucientes armaduras y portando sus armas, ¡pero no se movían! Lujosos carruajes entraban y salían del gran palacio.
Del otro lado de la calle, frente a la entrada, había un grupo de campesinos y gente de la ciudad.
Esperaban la oportunidad de ver entrar o salir a algún miembro de la realeza.
Tom se acercó a la entrada sin ser visto y, con el corazón palpitante, miró a través de las doradas rejas.
¡En medio de un hermoso jardín había un niño de su edad! Vestía un elegante traje de seda y llevaba una pequeña espada colgada de la cintura.
Sobre su cabeza lucía un vistoso sombrero con grandes plumas rojas.
Cerca de él había varios criados.
Entonces comprendió que aquel niño era el príncipe Eduardo.
¡Un príncipe de verdad! En ese momento, uno de los centinelas lo vio y lo apartó de la reja con un fuerte empujón.
-¡Vete de aquí, mocoso pordiosero! –le gritó mientras que el pobre Tom Canty rodó por el suelo.
Todos los presentes se rieron a carcajadas.
Al escuchar las risas, el joven príncipe sintió curiosidad y se asomó por la reja.
Pero cuando vio lo que ocurría frente al palacio, sintió una gran indignación.
Entonces, con los ojos echando chispas de rabia, le gritó al guardia: -¿Cómo te atreves a tratar así a ese pobre niño? ¡No te lo permito, aunque sólo sea un pordiosero! ¡Tráelo aquí de inmediato! ¡Abre la reja y déjalo entrar! Al ver al príncipe, todos se alegraron y, entre aplausos, gritaron: «¡Viva el príncipe de Gales!» Y así el pobre Tom Canty, a pesar de sus harapos, fue llevado ante el príncipe Eduardo Tudor, quien de inmediato lo invitó a almorzar en un lujoso comedor del palacio real.

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