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EL CAMINO DE SANTIAGO
Luis Carandell
Si a alguien le dijeran que en España existe un museo cuyas salas se extienden a lo largo de más de ochocientos kilómetros, no se lo creería. Y, sin embargo, el tramo español del Camino de Santiago, que va desde Somport o desde Roncesvalles hasta Compostela, es un verdadero museo. La piedad de mil años ha dejado allí un tesoro de arte románico, gótico, renacentista y barroco. La Vía Jacobea se extiende por toda Europa, a través de innumerables caminos orlados también de monumentos que deben su origen a la peregrinación.
Los que afirman que Santiago estuvo en España reconocen que logró muy pocas conversiones. Desanimado quizá por su escaso éxito, volvió a Palestina, donde Herodes Agripa I le mandó decapitar. Dos discípulos suyos, Atanasio y Teodoro, que quizá le acompañaron en su viaje a España, pusieron su cuerpo en una barca, la cual, gobernada por ellos o navegando por sí sola, pues en esto no están de acuerdo los autores, pasó las columnas de Hércules, el Estrecho de Gibraltar para entendernos, y llegó a las costas de Galicia.
Aquel territorio estaba gobernado entonces por una reina llamada Lupa o Loba, a la que pintan cruel y despótica, pues puso toda clase de trabas a los discípulos cuando éstos le pidieron un lugar donde dar digna sepultura al Apóstol. Cuentan que, para burlarse de ellos, les dio una pareja de toros bravos que los discípulos tuvieron que amansar antes de uncirlos al carro mortuorio. Cuando vio este prodigio, la reina Loba dio su consentimiento para que dieran tierra al santo cuerpo en un lugar boscoso llamado Libredón.
Pasaron ocho siglos y, en el año 814 -otros autores creen que en el 834-, un ermitaño llamado Pelagio vio un gran resplandor sobre aquel bosque y fue a comunicárselo al obispo de Iria Flavia, Teodomiro. Reinaba a la sazón en Asturias Alfonso II el Casto, a quien cupo el honor de ser el primer peregrino de Santiago.
El lugar del descubrimiento se llamó Compostela o Campo de la Estrella, aunque es más probable que la palabra venga de compositum, en latín "cementerio". Todos los pueblos de Occidente llaman a la Vía Láctea el Camino de Santiago. Algunos dicen que, desde mucho antes de la llegada del cristianismo a España, existía una ruta iniciática que se dirigía al Finisterre, al lugar donde empieza el Mar de los Muertos, del que nadie volvía. No pocos peregrinos completan su viaje a Santiago yendo al cabo de este nombre para ver la puesta de sol, recordando que los antiguos pensaban que el astro moría cada atardecer y hasta creían oír el crepitar de la hoguera celeste al hundirse en el océano.
Texto adaptado del prólogo a la exposición "Caminos de Santiago", del Centro Virtual Cervantes