El año pasado mis amigos y yo fuimos a pasar la Nochevieja al Delta del Ebro1, a casa de Eva. Llegamos por grupos. Álex llegó el primero, el día 31 por la mañana. Marta y yo llegamos una hora más tarde. Poco después aparecieron Dani y Pedro con dos botellas de champán. Para brindar, dijeron.
Entre todos, tuvimos que organizar la cena: pusimos la mesa, preparamos un ape¬ritivo, pelamos patatas, hicimos tortillas, sacamos las sillas plegables de la terra¬za... Alvaro y Gustavo perdieron el tren y, como siempre, se presentaron los últi¬mos. ¡Directos a cenar! Por la noche estuvimos bailando, fumando, bebiendo y contando chistes. Los chicos contaron cosas de cuando hicieron la mili2 y nos reímos un montón3. A las doce encendimos la tele para oír las campanadas y comer las doce uvas4. Luego nos besamos y nos felicitamos el año nuevo.
Pronto me sentí muy cansada y, además, empecé a notar los efectos del vino. Subí al segundo piso, a la habitación para visitas. Desde la habitación seguí escuchando la música y gritos alegres; luego me dormí.
Tuve un sueño horrible. Soñé con un barco pequeño en un mar agitado. Yo quería bajarme y volver a casa. Pero nunca pude hacerlo5. Grité y grité hasta quedarme sin voz, y cuando abrí los ojos, me desperté en mi cama de Barcelona, y vi las caras preocupadas de mis amigos a mi alrededor. Me incorporé muy nerviosa: — ¿Qué hago yo aquí?
— Tranquila — me dijo Dani —. Ya estás en casa. Tranquila, todo va a ir bien.
— Pero, ¿qué hago en mi casa? ¿Cómo es posible que...? Dani y Pedro se miraron con unas caras muy preocupadas.
— ¿Qué estoy haciendo en Barcelona? — repetí.
Detrás de los chicos, Eva movió la cabeza, muy triste, e hizo un gesto como dicendo: "Está loca".
— Pues, estás en Barcelona... ¡porque vives en Barcelona! — dijo Pedro, intentando sonreír y como quien le explica una cosa muy fácil a un niño muy pequeño.
— Ya, eso ya lo sé — dije, algo enfadada —. Pero la fiesta, la fiesta...
— Ah, de la fiesta te acuerdas, ¿sí? — dijo Pedro, y esta vez sonrió de verdad. Eso está muy bien. Pues sí, anoche hubo6 una fiesta aquí. Estuvimos bailando, tu bebiste bastante...
Yo empecé a perder la paciencia:
— Sí, sí, la fiesta, claro que me acuerdo. Dani y tú trajisteis champán y pusisteis la mesa, y luego salisteis a fumar al balcón, y a las doce nos tomamos las uvas... ¡Pero fue en casa de Eva, en el Delta del Ebro!
Pedro y Dani miraron al suelo. Eva se puso seria, y dijo, muy despacio:
— Yo no tengo ninguna casa en el Ebro, Ana. No sabemos de qué hablas. Anoche celebramos la Nochevieja aquí, en tu casa, y tú bebiste unas copas de más y te diste un golpe en la cabeza con la puerta de un armario...
Me incorporé de golpe y me toqué la cabeza. Y noté una cabeza grandísima, grande y dura, como la de una momia.
— Entonces te llevamos al hospital y te pusieron eso — siguió Eva —. ¿Te duele mucho?
— ¿Al hospital? No me acuerdo de nada.
Todos volvieron a mirarse7. Hubo un silencio incómodo, y Pedro dijo:
— Ahora sí que voy a llamar al médico.
Pero no lo llamó, porque yo no pude más y me puse a llorar a gritos, y mis amigos no tuvieron el valor de seguir la broma. Y entre risas y lágrimas me lo explicaron todo: cómo me emborraché y decidieron gastarme una broma8, cómo me trajeron a Barcelona dormida en el coche, cómo me metieron en mi cama y me pusieron esa cosa horrible en la cabeza... Lo más raro fue que no me des¬perté durante el viaje. Y, al final, yo también tuve que reírme.
Muchas gracias, Félix! ¿Alguién le ha dicho que sueña muy profesional, como si era en un libro de español para los extranjeros?