Comentando
Es la una de la tarde y don Salvador, que siempre va a su casa a almorzar, acaba de llegar en su coche. El es
una persona muy puntual y siempre llega exactamente a esa hora, ni un minuto antes ni un minuto después.
Al bajarse del carro, ve a varios hombres que están metiendo mesas, sillas, camas, sofás, etc., a la casa de
enfrente.
--Veo que por fin han podido alquilar esa casa--le dice a Marta, su esposa, que al oír llegar el
coche ha salido a encontrarlo. --¿Sabes quiénes son los nuevos vecinos?
--Creo que es una familia americana --contesta ella. --Dicen que son unos señores Blevins. Parece que
este señor viene a trabajar con la Embajada de los Estados Unidos y que es una persona muy importante.
--¿Cómo sabes tú? ¿Has hablado con ellos?
--No, pero me lo dijeron las señoritas Martínez, ésas que viven a la vuelta.
--Esas viejas siempre lo saben todo.
--Ay, Salvador, no digas 'esas viejas', es muy feo decirles así.
-- ‘Señoras', entonces; son demasiado viejas para poder pensar yo en ellas como 'las señoritas Martínez'.
--Pero Salvador--interrumpió Marta--señoras son las mujeres casadas, ellas son solteras. Por
favor, tú no debes....
--Bueno, bueno, no vamos a discutir por cosas tan insignificantes. En fin, ¿qué más te dijeron las
‘señoritas’ Martínez?--preguntó Salvador con cierto tono de sarcasmo.
--Eso fue todo, sólo que hablé un momento con ellas por teléfono porque estaba muy ocupada
cuando me llamaron. Bueno, vamos a sentarnos--exclamó Marta--hablando de otra cosa,
¿tienes mucha hambre?
--Tengo una hambre horrible, ¿qué hay de comer?
--Lo que más te gusta a ti, chuletas de puerco. Y de postre te tengo un pastel de piña delicioso.