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_undertoad
872 Words / 1 Recordings / 0 Comments
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HISTORIA 4

Un Cuento muy Enredado

ERA la época de las vacaciones. El tiempo era muy bueno, y Jorge deseaba tener una cometa.

Esto no era lo único que él quería, pero por el momento era lo que deseaba más.

—Papá, anda a la tienda de la esquina para que veas qué bonita cometa hay allá. Esa es la que quiero tener.

—Lo creo, hijo —le dijo su padre sin mostrar mucho interés.

—Papá, anda y mírala —le rogó de nuevo.

—Hijo —le respondió su padre—, he visto muchas cometas en mi vida.

—Pero ésta es de un nuevo estilo —insistió Jorge—, y he ganado el dinero para comprarla. Y si no vamos pronto, la venderán.

—No seas tan impaciente —le aconsejó su padre—. No hay por qué apresurarse.

—Pero tenemos que hacerlo —dijo Jorge desesperado—.

Si no la compramos nosotros, la comprará otro. Hace poco vi en la tienda a un muchacho que miraba los juguetes. Estoy seguro de que le gustará la cometa.

—Déjalo que la compre —le respondió su papá.

—Oh, no, papá —le rogó Jorge—. Después de todo sólo cuesta un dólar.

El padre pensó un poco, y le preguntó:

—¿Y quién pagará ese dólar?

—Bueno..., yo, por supuesto, si tú… me lo prestas —titubeó Jorge.

—¡Ah! —repuso el padre—. Me parece haber escuchado lo mismo en otra ocasión.

Jorge se defendió. Dijo que nunca había tenido una cometa en toda su vida, mientras que otros muchachos las tenían. Algunos, afirmó, tienen dos o tres. Agregó que si tuviera la cometa seña muy, muy feliz; que nunca molestaría de nuevo a los demás; que su padre podría leer el periódico sin interrupciones de ninguna clase; que nunca le pediría a su padre que le ayudará a remendar la cometa o a enrollar el hilo, a menos que él deseara hacerlo voluntariamente. En fin, que esa cometa sería la bendición más grande que alguna vez pudiera comprar la familia. ¡Y todo por un dólar! Un dólar que seña devuelto, bajo la promesa más solemne el próximo mes.

Convencido de las buenas intenciones de Jorge, el padre se rindió, y fue a la tienda para comprar la cometa.

—¡Es aquella! ¡Es aquella! —gritó Jorge—. Aún no la han vendido. Estoy contento de que nadie la haya comprado mientras tú te decidías.

—¡Qué lástima!— le dijo el padre—. Me parece que es algo pequeña y no muy fuerte, ¿verdad?

—Sí, papá —admitió Jorge—. Una más grande sería mejor, pero costaría más. Tú lo sabes.

—Así es —repuso su padre.

Durante veinte minutos hablaron con la señora de la tienda acerca de cometas.

Decidieron comprar una cometa más grande, y volvieron a colocar en la vidriera la que costaba un dólar.

Jorge estaba muy contento.

—Te pagaré el dólar —le dijo entusiasmado a su padre.

—Por supuesto —le respondió, sabiendo que este plazo se alargaría a dos meses, por lo menos.

Cuando salían de la tienda el padre notó que faltaba algo:

—¿Dónde está el hilo para remontar la cometa?

—¿El hilo? —repitió Jorge.

—Sí, el hilo. ¿Tienes alguno? —le preguntó el padre.

—Bueno... no. —dijo Jorge muy serio—. No pensé en el hilo. ¿No viene el hilo con la cometa?

—Generalmente no —repuso su padre—. El hilo cuesta unos setenta centavos.

Jorge, palideciendo, dijo:

—Pienso que tendrás que prestarme ese dinero también.

El padre se sonrió, y le dijo:

—Hijo, te prestaré el dinero. Pero recuerda: no desenrolles el hilo hasta que lo vayas a usar. Y luego enróllalo cuidadosamente en un pedazo de madera.

—Sí, papá, yo sé cómo hacerlo —le respondió Jorge—. Lo voy a hacer bien.

Salieron de la tienda y regresaron a su casa. El padre había gastado dos dólares y setenta y cinco centavos en lugar de un dólar.

A la hora del almuerzo Jorge no estaba en la mesa.

—Jorge —llamó el papá—, ¿Dónde estás?

La madre entró, y dijo:

—Todo está bien. Jorge ha tenido un pequeño inconveniente, pero vendrá pronto.

Pero Jorge no regresó pronto. El padre fue a ver qué pasaba. Lo encontró en un cuarto con el hilo en el piso. Bueno, mejor diríamos, con un montón de hilo sobre el piso.
Aquel montón estaba completamente enredado. El pobre estaba sentado en el piso tratando por todos los medios de desenredar aquella maraña. Su rostro expresaba angustia.

—¿Qué pasó?—le preguntó su padre—, ¿Es esta la madeja de hilo que compramos esta mañana?

Jorge levantó sus ojos llenos de lágrimas, y miró a su padre. Luego, sin decir una sola palabra, siguió con su interminable y difícil tarea.

—Jorge, ¿cómo sucedió esto? —insistió su padre—. ¿Desenrollaste la madeja de hilo antes de que estuvieras listo para enrollarlo en el pedazo de madera?

Jorge asintió con un movimiento de cabeza. Una lágrima cayó en el piso.

—Bien —le dijo su papá—, esto te sucedió por desobediente. Eres un jovencito impaciente, y mereces ser castigado.

—Sí —asintió Jorge, cabizbajo.

En cuanto a la maraña..., bueno, todos participaron en desenredarla: la mamá, la tía, la hermana y el papá. Y no fue hasta dos días después cuando el hilo
elevó por los aires sujetando la cometa.

Ahora, cada vez que Jorge ve una cometa volando, recuerda error y decide no caer de nuevo en él.

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