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RomDasha
1161 Words / 1 Recordings / 0 Comments

Érase una vez una bella princesa. Vice en un castillo con sus padres y otra gente, y todos son muy serios. La princesa está aburrida. Le gustaría ir a la calle a jugar con otros niños, pero no puede hacerlo, porque es la hija del rey y tiene que estar dentro del castillo y hablar sólo con la gente de la corte. Pero desde el balcón de su habitación puede ver el patio donde juegan los niños, los campos y las montañas. Siempre está en el balcón y se imagina mil aventuras fuera de los muros del castillo.

Un día la princesa está soñando con visitar otros reinos, y en el patio unas niñas están saltando a la comba y están cantando. De repente la princesa escucha la letra de la melodía que cantan.
- El rey dormirá y no se despertará hasta la mañanita de San Juan - cantan a coro muy alegres. A la princesa le sorprende mucho esa curiosa canción, y manda llamar a una de las niñas.
- ¿Qué cantáis en vuestros juegos? - le pregunta intrigada.
- Es una historia que nos cuenta nuestra madre antes de dormir - responde la niña con timidez.
- Ahora cuéntamela tú - ordena la princesa.
- Dice mi madre que en un castillo muy lejos de aquí vive un rey hechizado que se pasa todo el año durmiendo. Sólo despierta la mañanita de San Juan. Si no hay nadie a su lado cuando se despierta, vuelve a dormirse y no despierta más hasta el año siguiente. Va a estar encantando y esperar a una princesa con la que va a casarse.

A la princesa le interesa esa historia. Empieza a pensar en cuánta distancia hay hasta aquel misterioso castillo y se lo pregunta a la niña.
- No lo sé, pero mi madre dice que para llegar hasta allí hay que romper unos zapatos de hierro — explica la niña.
La princesa encarga que le hagan unos zapatos de hierro. Resistentes pero bonitos, exige. Cuando se los dan, se los pone y camina hasta un bosque mágico que ningún caballero se atreve a cruzar.

Entra en el bosque y después de caminar un rato ve a una amable viejecita que le pregunta a dónde va. Ella responde decidida.
— Busco el palacio del rey que dormirá y no se despertará hasta la mañanita de San Juan. ¿Sabes dónde está?
La anciana no sabe nada de aquel lugar pero dice que a lo mejor la puede ayudar su hijo, el sol.
— Pero ten cuidado, creo que puede dañarte. Es muy gruñón — le advierte.
A pesar de todo, la princesa insiste en acompaсarle a su casa.
Cuando escucha llegar al sol se asusta y se esconde en un armario.
— ¡Huelo a carne humana y quiero que se me dé! — exige.
— Calla — le dice la madre —, que es una pobre muchacha que busca el castillo del rey que dormirá y no despertará hasta la maсanita de San Juan. ¿Sabes cómo encontrarlo?
— Nunca he oído hablar de eso. Creo que te pueden ayudar mis hermanas, las estrellas.

Muy cansada del viaje, la princesa se duerme. Ni siquiera cena. El hambre la despierta a la mañana siguiente. La viejecita prepara un desayuno que la joven come mientras poco a poco van llegando las estrellas. Están cansadísimas de su trabajo nocturno.

La princesa les pregunta una por una, pero ninguna ha oído hablar de aquel rey. Pero le dicen a la princesa que el aire puede saber más, porque él siempre va de un lugar a otro, entrando en todos los sitios, y nunca está quieto.

Después de desayunar, la princesa sigue su camino hasta encontrar a otra anciana que le pregunta a dónde va con aquellos curiosos zapatos de hierro.
— Busco el palacio del rey que dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan — repite.
La viejecita tampoco sabe dónde está el castillo.
— Creo que mi hijo, el aire, nos va a decir dónde está. Pero ten cuidado, creo que puede dañarte — le advierte la mujer.

Van a casa y la princesa se esconde de nuevo en un armario cuando aparece el aire.
— ¡Huelo a carne humana y quiero que se me dé! — grita.
— Calla — le riña la madre —, que es una pobre muchacha que busca el castillo del rey que dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan. Le digo que la vas a ayudar.
— Si sale por la otra puerta, va a llegar enseguida.
La princesa sigue sus instrucciones y, después de andar un rato, descubre que está descalza. Los zapatos de hierro desaparecen. Sorprendida, la princesa levanta los ojos y ve una magnífica fortaleza con la puerta abierta de par en par.

Corre por todas las habitaciones del castillo hasta encontrar al rey dormido en una lujosa cama. Es muy hermoso y está durmiendo tranquilamente. La chica suspira paciente y se sienta a la cabecera.

Los días vienen y se van, y no pasa nada. Los meses son iguales para la princesa que está encerrada en la habitación del rey. Las estaciones son diferentes fuera, pero allí dentro no cambia nada. El aburrimiento se apodera de la muchacha que no deja al rey ni para comer.

El tiempo pasa lentamente hasta que un día la sorprende una dulce música. El pueblo celebra la noche de San Juan, pero la princesa no recuerda qué día es.
— Si se asoma usted al balcón, va a ver cosas bonitas y va a estar alegre — le dice una sirvienta.

La princesa duda pues si el rey despierta no la va a encontrar a su lado. Sin embargo acaba saliendo a disfrutar de la primera canciуn que escucha en muchos meses.

Mientras no está en la habitación, el rey abre los ojos. La primera persona que ve es la sirvienta. Piensa que es ella la persona a la que ha velado su sueño. Cuando la princesa regresa, al monarca le fascina su belleza pero la sirvienta le engaña diciéndole que es su dama de compañía.
Agradecido por cuidarle, el rey promete un regalo a cada una de ellas. La princesa, apenada, le pide una piedra dura y un ramito de amargura. Eso le extraña al joven monarca y sigue a la princesa hasta su habitación para ver qué va a hacer con esos objetos.

Se esconde detrás de la puerta y la observa en silencio. La princesa le pregunta a la piedra si recuerda su sacrificio. Después toma el ramo para matarse con él, pero el rey le dice:
— ¡No! Sé que eres tú quien ha velado la cabecera de mi cama durante tanto tiempo.

Cuando se miran de nuevo, los dos sienten que están enamorados. Y, como cuenta la leyenda del rey durmiente, ambos se casan muy felices pues él la había soñado dormido y ella lo había imaginado despierta.

Recordings

  • El Rey durmiente ( recorded by Salacas ), Argentina

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    Érase una vez una bella princesa. Vive en un castillo con sus padres y otra gente, y todos son muy serios. La princesa está aburrida. Le gustaría ir a la calle a jugar con otros niños, pero no puede hacerlo, porque es la hija del rey y tiene que estar dentro del castillo y hablar sólo con la gente de la corte. Pero desde el balcón de su habitación puede ver el patio donde juegan los niños, los campos y las montañas. Siempre está en el balcón y se imagina mil aventuras fuera de los muros del castillo.

    Un día la princesa está soñando con visitar otros reinos, y en el patio unas niñas están saltando a la comba y están cantando. De repente la princesa escucha la letra de la melodía que cantan.
    - El rey dormirá y no se despertará hasta la mañanita de San Juan - cantan a coro muy alegres. A la princesa le sorprende mucho esa curiosa canción, y manda llamar a una de las niñas.
    - ¿Qué cantáis en vuestros juegos? - le pregunta intrigada.
    - Es una historia que nos cuenta nuestra madre antes de dormir - responde la niña con timidez.
    - Ahora cuéntamela tú - ordena la princesa.
    - Dice mi madre que en un castillo muy lejos de aquí vive un rey hechizado que se pasa todo el año durmiendo. Sólo despierta en la mañanita de San Juan. Si no hay nadie a su lado cuando se despierta, vuelve a dormirse y no despierta más hasta el año siguiente. Va a estar encantando y esperar a una princesa con la que va a casarse.

    A la princesa le interesa esa historia. Empieza a pensar en cuánta distancia hay hasta aquel misterioso castillo y se lo pregunta a la niña.
    - No lo sé, pero mi madre dice que para llegar hasta allí hay que romper unos zapatos de hierro — explica la niña.
    La princesa encarga que le hagan unos zapatos de hierro. Resistentes pero bonitos, exige. Cuando se los dan, se los pone y camina hasta un bosque mágico que ningún caballero se atreve a cruzar.

    Entra en el bosque y después de caminar un rato ve a una amable viejecita que le pregunta a dónde va. Ella responde decidida.
    — Busco el palacio del rey que dormirá y no se despertará hasta la mañanita de San Juan. ¿Sabes dónde está?
    La anciana no sabe nada de aquel lugar pero dice que a lo mejor la puede ayudar su hijo, el sol.
    — Pero ten cuidado, creo que puede dañarte. Es muy gruñón — le advierte.
    A pesar de todo, la princesa insiste en acompañarle a su casa.
    Cuando escucha llegar al sol se asusta y se esconde en un armario.
    — ¡Huelo a carne humana y quiero que me la den! — exige.
    — Calla — le dice la madre —, que es una pobre muchacha que busca el castillo del rey que dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan. ¿Sabes cómo encontrarlo?
    — Nunca he oído hablar de eso. Creo que te pueden ayudar mis hermanas, las estrellas.

    Muy cansada del viaje, la princesa se duerme. Ni siquiera cena. El hambre la despierta a la mañana siguiente. La viejecita prepara un desayuno que la joven come mientras poco a poco van llegando las estrellas. Están cansadísimas de su trabajo nocturno.

    La princesa les pregunta una por una, pero ninguna ha oído hablar de aquel rey. Pero le dicen a la princesa que el aire puede saber más, porque él siempre va de un lugar a otro, entrando en todos los sitios, y nunca está quieto.

    Después de desayunar, la princesa sigue su camino hasta encontrar a otra anciana que le pregunta a dónde va con aquellos curiosos zapatos de hierro.
    — Busco el palacio del rey que dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan — repite.
    La viejecita tampoco sabe dónde está el castillo.
    — Creo que mi hijo, el aire, nos va a decir dónde está. Pero ten cuidado, creo que puede dañarte — le advierte la mujer.

    Van a casa y la princesa se esconde de nuevo en un armario cuando aparece el aire.
    — ¡Huelo a carne humana y quiero que me la den! — grita.
    — Calla — le riña la madre —, que es una pobre muchacha que busca el castillo del rey que dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan. Le digo que la vas a ayudar.
    — Si sale por la otra puerta, va a llegar enseguida.
    La princesa sigue sus instrucciones y, después de andar un rato, descubre que está descalza. Los zapatos de hierro desaparecen. Sorprendida, la princesa levanta los ojos y ve una magnífica fortaleza con la puerta abierta de par en par.

    Corre por todas las habitaciones del castillo hasta encontrar al rey dormido en una lujosa cama. Es muy hermoso y está durmiendo tranquilamente. La chica suspira paciente y se sienta a la cabecera.

    Los días vienen y se van, y no pasa nada. Los meses son iguales para la princesa que está encerrada en la habitación del rey. Las estaciones son diferentes fuera, pero allí dentro no cambia nada. El aburrimiento se apodera de la muchacha que no deja al rey ni para comer.

    El tiempo pasa lentamente hasta que un día la sorprende una dulce música. El pueblo celebra la noche de San Juan, pero la princesa no recuerda qué día es.
    — Si se asoma usted al balcón, va a ver cosas bonitas y va a estar alegre — le dice una sirvienta.

    La princesa duda pues si el rey despierta no la va a encontrar a su lado. Sin embargo acaba saliendo a disfrutar de la primera canción que escucha en muchos meses.

    Mientras no está en la habitación, el rey abre los ojos. La primera persona que ve es la sirvienta. Piensa que es ella la persona a la que ha velado su sueño. Cuando la princesa regresa, al monarca le fascina su belleza pero la sirvienta le engaña diciéndole que es su dama de compañía.
    Agradecido por cuidarle, el rey promete un regalo a cada una de ellas. La princesa, apenada, le pide una piedra dura y un ramito de amargura. Eso le extraña al joven monarca y sigue a la princesa hasta su habitación para ver qué va a hacer con esos objetos.

    Se esconde detrás de la puerta y la observa en silencio. La princesa le pregunta a la piedra si recuerda su sacrificio. Después toma el ramo para matarse con él, pero el rey le dice:
    — ¡No! Sé que eres tú quien ha velado la cabecera de mi cama durante tanto tiempo.

    Cuando se miran de nuevo, los dos sienten que están enamorados. Y, como cuenta la leyenda del rey durmiente, ambos se casan muy felices pues él la había soñado dormido y ella lo había imaginado despierta.

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