Velocidad natural por favor. Hay algunas palabras italianas indicadas por (··).
En el Mercado
---¡Venga para acá, señora! ¿Qué le damos hoy? ¡Mire estas verduras tan frescas! Me las acaban de traer, ¡mire qué tomates, qué lechugas...! ¿Qué busca Ud.? Digame qué busca que aquí tenemos de todo, fresco y barato. Un momento, señora, no se vaya, vea estos huevos que acaban de llegar, y a tres pesos la docena solamente; un regalo, ¿no cree Ud.? Pero señora, ¿cómo cree que los puedo dar a uno cincuenta cuando a mi me costaron dos y medio? No gano casi nada; pero venga, no se vaya, se los dejo un poco más baratos. ¿Cuánto me da? Le apuesto que no va a encontrar nada mejor en todo el mercado. Tómelos, se los doy a dos cincuenta...dos cuarenta, entonces...¡señora!...¡venga, no se vaya!
Esto mismo le decían a Marta o a Virginia en cada puesto por donde pasaban, y todo el mundo parecía hablar al mismo tiempo. El ruido era enorme, aquello parecía una casa de locos. Pero Marta, que estaba acostumbrada a estas cosas, seguía andando muy tranquila sin poner atención a las ofertas que le hacían; y Virginia, que sólo iba ese día para aprender, tomaba la misma actitud de su amiga. De vez en cuando Marta preguntaba el precio de alguna cosa, y cuando se lo decían, contestaba con un pequeño comentario, tal como 'carísimo', 'no me gusta', etc., o simplemente hacía un gesto que significaba lo mismo. Otras veces no decía nada y seguía muy tranquila, dejando a la persona que vendía, llamándola y diciéndole la misma cosa de siempre: 'Un momento, señora, no se vaya, hágame una oferta, se lo dejo más barato, etcétera, etcétera.'
Por fin llegaron a un puesto, que se llamaba 'El Regalo.' El propietario era un italiano que hacía muchos años que vivía en Surlandia y que siempre estaba hablando de volver a Italia para pasar allá los últimos años de su vida. Su nombre era Vittorio Martini, y aunque había vivido muchos años en Surlandia nunca había podido, o no se había preocupado, de aprender a hablar bien en español; hablaba con un acento tan grande que a veces no se sabía si era en italiano o en español que estaba hablando. Don Vittorio sabía que a la ··signora Fonti··, como le decía él a la Sra. Fuentes, aunque era buena cliente, le gustaba mucho discutir por los precios y fácilmente podía confundir y convencer a cualquiera de sus empleados. Por eso él mismo en persona prefería atenderla cada vez que ella venía a comprar.
---Don Vittorio---dijo Pedro, un empleado, llamando a su jefe---allá viene la Sra. Fuentes. ¿La atiendo yo? Va a ver que a mi no me confunde.
---Estás loco, ··bambino··, la ··signora Fonti·· es ··molto intelligente·· para ti---responde don Vittorio con una ensalada de italiano y español.---Esta signora es ··buona cliente··, pero hay que tener mucho cuidado con la cuestión de los precios. Ah, pero yo, Vittorio Martini, también soy ··molto intelligente··. Déjame, yo mismo la voy a atender.
---Aquél es el puesto, Virginia, aquél que dice 'El Regalo'---le dijo la Sra. Fuentes a su amiga americana, indicándole el puesto del italiano.---El propietario es una persona muy amable, y aunque discute mucho por los precios y cuesta un poco convencerlo, siempre termina vendiéndome todo más barato que en cualquiera otra parte. Déjeme ver lo que tengo en la lista; arroz, carne, huevos, mantequilla y algunas verduras. Voy a comprar las cosas mías primero y luego compro las suyas. Aquí estamos. Ahora observe con mucho cuidado para que aprenda.
Se me escaparon unas palabras al leerlo, disculpa.
Me gustó tu relato, espero que "Surlandia" no lo hayas escrito con ánimos de burla.
Vendedores son los que venden. Se puede usar "hablar bien en español" o "hablar bien el español", según el contexto, suena más formal o informal.
El uso del gerundio (terminaciones -ando, -endo) suele ser erroneo incluso hasta para quienes hablamos español. Por ejemplo, si una oración acaba e inicia otra con el verbo gerundio, está mal. Por ejemplo: Regó toda la cerveza, ensuciando todo el piso. Una opción adecuada sería: regó toda la cerveza, y de paso, ensució todo el piso.